viernes, 13 de junio de 2008

aininda

me preguntas:

sin amor, sin bandera,
sin patria, exhausta,
errante y extraviada
entre estólidas fronteras,
¿qué me queda?

La palabra sublime es el silencio,
trenzado de tersos besos,
que salta hacia ti
desde el abismo
de unos labios extraños.

Pero quisiera poder recibirte
y acogerte
como debiera
¡oh sí! quisiera.

Quisiera,
mientras respiro,
no habitar este desolado barullo
donde los líderes del pueblo
mienten,
aquellos que ostentan el poder,
¡qué necios!,
mienten.
Sus palabras,
hueros, procaces garabatos,
que engañan los oídos.
Ellos escupen
la palabra espúrea
que rompe el mundo,
hay que gritarles
que algún día serán largamente castigados.

En tanto,
a ti,
mi dulce y frágil desconocida,
quisiera acunarte entre mis brazos,
mis venas fueran ríos
para horadar tu cauce,
tu piel mi playa.

Acaso tú no ignores que,
perdidos en este tiempo,
no conseguimos nada,
y ahora
ya nada es cuanto quiero.
En este lapso aguardo el fin,
trabadamente existiendo.
Mientras,
tu gesto desolado
resquebraja mis débiles entrañas,
que corren como torrenteras,
montaña abajo,
hasta regar la greda.

En tanto,
escribiré en la palma de tu mano
mis mensajes de amor
y nunca hasta después del tiempo
sabré si fueron recibidos

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