Escuchad lo que dice el Qohelet: "Todo es vanidad, sólo vanidad, nada más que vanidad..." (Eclesiastés).
Tú. Que no eres yo. Sino alguien otro, otra. Nunca viniste tú. Ni tus preguntas. En la distancia escuché tu voz inquirir, apremiándole a la nada: ¿podrá la tarde insomne abrigar a la mañana?, ¿la sed saciada no saciarse?. Eran sólo paradojas. Símbolos con que percibir conceptos. Nociones como sistema, ser o tiempo. Y hechos, como mundo, botón o muerte. Nunca viniste tú para decírmelas. Sin embargo ambos sabíamos, pues ¿no contemplamos a las criaturas aferrarse apenas a unas horas trenzadas de penurias?. Hasta el suicida salta, sí, esperando a tierra no llegar. Supimos que la contradición es lo más bello que tenemos, lo único con lo cual podemos tratar de alcanzar lo inalcanzable.
No es fácil la existencia. No lo era el día que decidí comenzar este poema con formato de diario o este diario de mi poética existencia. Algo sobre lo que soy, sobre lo que este yo es. En nada diferente a lo que otros son. Un desconocido que habita un tiempo-espacio de este mundo. Una franja de existencia entre las múltiples e ineludibles fronteras que perpetuamente nos hieren. Un intruso que quisiera transgredir todo confín. Un explorador que desea, ¡ay!, alcanzar más allá de la piel, propia y ajena, más allá del lenguaje y de los signos, más allá aún de la duración en que nos afanamos. Pero sólo soy lo que tengo nada más. Y lo que tengo es un aquí, desde el cual a vosotras, barreras imposibles, para transgrediros os menciono. Desde esta palabra enferma, herida. Desde este alto borde en que sonriente me abismo, para liberarme os nombro: márgenes. Trama que nos arrebuja y aprisiona. Caricias que tiemblan ausentes en mi piel, tristes retazos flotando en el viento frío de las horas desnudas. Restos a la deriva sobre el océano-destino, enorme, espeso, que todo lo impregna. A ti, caterva de instantes, densidad de momentos y de espacios en que permanecemos empapados. Como criaturas ingenuas en la playa del cosmos, que se demoran bajo el sol ya pálido de un otoño olvidado. Embebidos del flujo, breve y misterioso, en las orillas ajenas de algún mar tiempo-espacio. A ti, que no tienes nombre. Frontera de extravío. Yo, frágil armazón que se desliza hasta acabarse, a ti, no alcanzo a mencionarte.
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