Yermo y silente el paisaje
salvo por la intensidad perenne del océano.
El ente yace postrado
la cabeza gacha parece no escuchar
otra cosa sino una música interior.
Por nadie percibida.
Quizá medita en su derrota.
No los golpes ni los errores.
Tan sólo repasa la danza que le llevó allí.
Sabe que pronto comenzará de nuevo.
Debe abrirse a una secuencia perfecta
de pasos, una serie nueva de movimientos.
Su tao de zanai-zen que
como las corrientes que se inician allá en el horizonte
de otro continente, de otro mundo
le guiarán finalmente
a la orilla de una nueva derrota.
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